miércoles, 31 de diciembre de 2014

Frío en julio (2014). Jim Mickle

De inicio, debo confesar, que la opera prima de Mickle, Mulberry Street (2006), nunca me convenció; es más, tuve la sensación durante todo el metraje de estar ante un film eterno e inactivo, quizá su visionado tampoco era el adecuado: una de aquellas eternas maratones en el cine Retiro, dentro del marco del SITGES 2007, y donde Flight of the living dead (Scott Thomas, 2007) y The Rage (Robert Kurtzman, 2007) fueron las grandes vencedoras (The Zombies Diaries [Kevin Gates & Michael Bartlett, 2006] aquella madrugada se situó en el olvido).
Tuvieron que pasar cuatro años para ver su segundo largometraje, el estupendo relato apocalíptico Stake Land (2010), donde el estadounidense adoptó un tono muy digno en un título férreo y perverso; armas que recuperó en la excelente We Are What We Are (2013), remake que superó con creces a la cinta original, dirigida en 2010 por el mexicano Jorge Michel Grau, y que llegará a nuestras salas el próximo 16 de enero.
El hombretón, poco a poco, subía peldaños y se posicionaba en la pole position del género, dejando atrás nombres que habían arrancado con más fuerza pero tras diversas vueltas en el circuito (entiéndase películas) no llegaban a la meta. En cambio Mickle demostraba con autoridad que en breve llegaría su espacio en el pódium, una perseverancia que iba en aumento cada vez que exhibía un nuevo trabajo. Y bajo el título de Frío en julio, que tiene su génesis en la novela Cold in July, escrita por Joe R. Lansdale en 1989 y ahora trasladada a la gran pantalla con guión co-escrito por el propio realizador junto al inseparable, también actor y guionista, Nick Damici, ha llegado la consagración en un título de desplazamientos y curvas.

Enmarcada en el thriller, y sin abandonar ciertos entornos terroríficos, Frío en julio se centra en el personaje de Richard Dane, interpretado de forma notable por el actor Michael C. Hall. Un hombre casado y padre de un hijo fruto del matrimonio, de mirada perdida, inseguro, robusto, y asustado, lógicamente, por los acontecimientos que se avecinan tras matar con su revólver, en defensa propia, a un supuesto ladrón que se adentra una noche en el hogar familiar. Conmocionado por el terrible episodio tratará, posteriormente, de reconstruir su residencia y volver a la cotidianidad. Una labor que no será fácil.
El film, construido en dos actos, no dos películas distintas como algunos la califican, se sustenta de una primera fase de presentación de espacios, de personajes, un proceso de ubicación donde ciertas informaciones que recibirá nuestro protagonista irán cambiando las líneas a seguir, adquiriendo la trama distintos rumbos, e incluso cierta anexión entre iniciales polos opuestos, donde las tretas, el silencio y lo malvado cada vez se hace más palpable (y peligroso). De esta manera llegamos a un segundo acto enérgico, de un potencial asombroso, donde la entrada de los actores Sam Shepard y Don Johnson, ¡enorme el segundo!, cargan al film de una exquisita adrenalina con aroma a western y aires de recuperar aquellas películas de venganza que tanto furor hicieron en la década de los ochenta, y donde la tensión, la intriga y la ferocidad aumentan el volumen hasta el estallido, dando como resultado la coronación de Mickle. Una cinta cilíndrica, heroica, preventiva, de agradables sintonías rítmicas, y decisiva en la carrera del joven de Pennsylvania.

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