jueves, 10 de enero de 2013

EL PÁRAMO (2011). Jaime Osorio Márquez



La coproducción entre España, Colombia y Argentina El páramo es un síntoma significativo de los malos tiempos que corre la distribución en nuestro país. Con un enorme retraso y prolongados cambios en su fecha de estreno pone de manifiesto la inseguridad de las distribuidoras y la desconfianza de éstas en los espectadores y el producto adquirido. Un signo preocupante, que se dilata ya demasiado, y que a simple vista parece no encontrar una resolución que satisfaga a ninguna de las fracciones implicadas en esta larga contienda. Un tira y afloja que no hace más que  agravar esta situación conduciendo a todas las partes, productores, distribuidoras, salas de exhibición y público, hacia un futuro oscuro. Un punto tenebroso como el que encuentran los protagonistas de El páramo, un comando militar del ejército, cuando deciden ascender a una base situada en alta montaña en busca de unos compañeros con los que han perdido el contacto. Su llegada, augura un amenazador acontecimiento…

Jaime Osorio, en una admirable combinación de terror y cine bélico, logra traspasar la barrera de la emboscada guerrillera y apuntala la historia hacia el espanto y los miedos personales de un escuadrón militar fracturado y desprotegido capaz de sublevarse a sus mandos. Hermética, de siniestros y aterradores desenfoques, de símbolos que apuntan al Diablo y oraciones como último recurso se constituye la excelente opera prima del colombiano. Una cinta sanguinaria, de progreso lento como herramienta y eficaz gracias a una densa fotografía y una niebla envolvente de consternación. Con hedor a muerte y plomo hasta desgastar a los soldados e introducirlos en mortíferas visiones, las páginas de la bitácora como anunciante del Mal y las paredes como protección dibujan un panorama de nigromancia y desolación capacitado para arrollar a todo aquel que desafíe a la meseta.

EL PÁRAMO: EL TERROR SURGE DE LA BASE, entrevista con el realizador Jaime Osorio



El páramo (2011) es una excelente combinación de terror y cine bélico, un tipo de propuesta poco habitual en estos tiempos. ¿Cómo surge?
Colombia vive un enfrentamiento armado entre diferentes ejércitos desde hace varias décadas. Esto, como siempre, lo termina sufriendo la población civil, la gente del campo que es asesinada por unos u otros, o es obligada a desplazarse y abandonar sus tierras y sus familias. La combinación de guerra y horror es vivida todos los días en este país por muchas personas, así que la combinación de los dos géneros en el cine es apenas natural. Digo horror más que terror porque El páramo no busca sólo asustar al espectador sino sumergirlo en el horror. El horror no se acaba cuando se encienden las luces de la sala sino que se queda con uno, carcomiéndolo por dentro, porque lo pone frente a un espejo y le muestra qué tan oscuro puede llegar a ser.

Rodada en una base militar real a 4.300 metros sobre el nivel del mar, su realización tuvo que ser compleja.
Hay muy poco oxígeno a esa altura así que cualquier tarea física termina siendo una proeza de no estar acostumbrado. La intensidad del frío, la lluvia, la neblina y la falta de oxígeno desgastaban al equipo y a los actores, que caían como moscas durante el rodaje. Los paramédicos que nos acompañaron durante la filmación tenían que llevar todos los días por lo menos un enfermo a la ciudad más cercana, más de 2.000 metros abajo.

Supongo entonces que el rodaje tuvo que ser duro…
El mayor problema fue la inestabilidad del clima. No quería apoyarme mucho en efectos digitales para hacer la niebla así que estábamos a merced de la montaña y su clima. La niebla es un protagonista de la película; el encierro que produce es más psicológico que físico porque enfrenta a los personajes a su imaginación, a su paranoia. Podrían atravesar fácilmente la niebla caminando, pero… ¿qué se esconde en ella? Y para que hubiera niebla, había que esperar. Así que gran parte del rodaje estuvimos quietos, cultivando la atmósfera opresiva y asfixiante del film para que justo en el momento en que bajara la niebla los actores estuvieran listos para dar lo mejor de sí.

Para Alejandro Moreno, el director de fotografía, trabajar en esas alturas tuvo que ser un desafío.
Nano no sólo es muy talentoso sino también muy arriesgado. Desde el principio me acompañó en la idea de que todo lo que hiciéramos debía ser en función de los actores y que debía permitirles total libertad a la hora de interpretar. Esto no significa que tuviéramos que iluminar grandes áreas para que los actores pudieran desplazarse por donde quisieran, sino pensar la luz y la oscuridad como dos fuerzas con igual carga dramática que debían coexistir en el interior de cada plano. Muchas veces, sus luces principales fueron solamente linternas, lámparas de gasolina o light panels. Esta decisión, que partió de lo conceptual, se convirtió en un gran alivio a la hora de rodar en esa locación.

¿Cómo disteis con ella?
Recorrimos muchas montañas de Colombia buscando un lugar con niebla constante al que el equipo pudiera acceder fácilmente para construir nuestra base. Un día, visitando una montaña nevada, pasamos frente a esa base militar. Por supuesto no nos dejaron entrar a visitarla. Semanas después regresamos con un permiso. El lugar era mucho más tétrico de lo que yo pensaba construir. Era tan perfecto que las versiones de guión que escribí en adelante basaban los desplazamientos de los personajes y las acciones en ese preciso lugar. Lo que siguió fue una larga batalla de mis productores para conseguir el permiso y así poder filmar.

El film nos relata como un comando militar del ejército asciende a una base de alta montaña en busca de unos compañeros. A partir de aquí, y en todo momento, la cinta se adentra en el terror desde diferentes vías. Por un lado el apartado psicológico de los soldados ante lo que allí encuentran y, por otro, un terror palpable y cercano a la brujería. ¿Por qué estas dos vías de expresión en el film?
El miedo a lo desconocido, a lo que está afuera, es la mayoría de las veces el reflejo del temor a lo que se tiene dentro. El páramo no es una película de terror en busca de que el espectador salte un par de veces de la silla y después se vaya a dormir tranquilamente. Es más bien una exploración asfixiante sobre el horror, sobre la paranoia y la locura. Las dos vías de expresión de las que hablas conducen finalmente a la misma pregunta: ¿A qué le tememos? El páramo es una película sobre el miedo.

¿Tuviste en mente a la hora de confeccionar el guión algún film relacionado con la brujería? ¿Y de cine bélico?
En cuanto a la brujería, mi historia se nutrió de historias campesinas, de mitos y leyendas populares que comparten varios países latinoamericanos. En el campo, antes de que llegara la electricidad, la gente se sentaba alrededor del fuego a contar historias antes de ir a la cama. Estas historias le daban un orden al mundo, un orden moral, y estaban plagadas de monstruos, apariciones y brujas. Trabajé a partir de estas historias en vez de películas. Quería que la brujería tuviera un fuerte asiento en la superstición y en la culpa, que el terror externo fuera producto del terror interno. En cuanto al apartado bélico tuve varias películas en cuenta mientras escribía e imaginaba El páramo: Apocalypse now, En tierra hostil… aunque a medida que conocía la locación, entrevistaba personas y entendía a fondo lo que trataba de contar, la forma de filmar se imponía por encima de todo lo que había visto. Lo que sí me acompañó a lo largo de todo el proceso fueron algunas fotografías de guerra. Alejandro Moreno y yo llevábamos siempre en los ordenadores fotografías estremecedoras que congelaban para siempre el horror en los ojos de alguien. Estas, no nos ayudaban a definir la estética sino a entender el aterrador mundo que estábamos explorando.

Colombia, un país de poca tradición dentro del cine de terror, ¿cómo ha tratado la película?
Maravillosamente bien. Fue una bocanada de aire fresco para una audiencia que pedía desde hacía mucho nuevas alternativas en su cinematografía. Pero lo más interesante, es que esta bocanada se le dio sumergiéndolo hasta la cabeza en la violencia de la que trataba de escapar. ¿No quieres más películas que hablen de la guerra, de la violencia que vivimos? Pues toma esta, una de terror que no te va a hablar de la violencia sino que te untará las manos de sangre hasta que te sientas partícipe de ella. La gente no sólo acudió masivamente a verla, sino que la agradeció. Después de la emoción vino la reflexión, esa es mi mayor satisfacción.
  
¿Nos podrías hablar de antecedentes, películas o directores, dentro del cine de terror colombiano? Al margen de Carne de tu carne (Carlos Mayolo, 1983) y Al final del espectro (Juan Felipe Orozco, 2006) poca información hay al respecto…
Aparte de esas no conozco más. Debe haber, porque me entrevistaron hace un tiempo para un documental sobre el cine fantástico colombiano y no creo que dure cinco minutos, pero desafortunadamente no he visto ninguna a excepción de las que mencionas. 

¿Quizás El páramo se convierta en una vía de acceso al cine de terror en Colombia?
Creo que cada vez se gestarán más películas de terror aquí. Esta sociedad tiene muchos miedos y traumas que purgar y creo que El páramo mostró que una buena forma de hacerlo es a través del terror. Nosotros no tenemos que inventarnos móviles asesinos ni fantasmas que salen de televisores. Nuestros monstruos son reales y son mucho más aterradores de lo que Japón o Hollywood pueda imaginar.

Por último, ¿en qué fase se encuentra el remake de El páramo? ¿Estás involucrado de alguna manera en dicho proyecto?
No estoy involucrado directamente aunque me he reunido en Los Ángeles con los productores que tienen los derechos para hablar de la historia y la adaptación. Sé que el guión ya está escrito y que planean rodarla muy pronto.