Filmax, instaurada todavía
en el efecto [REC] (Jaume Balagueró &
Paco Plaza, 2007), vuelve a la carga
con un título de terror donde ciertos elementos remiten nuevamente a la popular
y exitosa franquicia: el interior de un edificio para desarrollar la acción
como centro neurálgico, infinitas carreras de planta en planta, un violento gore marca de la casa (confeccionado por
David Ambit y Lucía Salanueva), Barcelona como epicentro de los acontecimientos,
accesos a unos pisos decrépitos y donde el silencio amenaza, e incluso un tema
musical, disparado desde un vinilo, con intención de adueñarse de la
atmósfera en una secuencia que nos remite claramente a la ya mencionada saga.
Instaurados los parámetros,
se presenta el debut en el largo de Rafa
Martínez, habitual de la compañía catalana en la edición de tráilers y que
ya conocía la dirección gracias al mundo del cortometraje, entre ellos el
exitoso Zombies and cigarrettes (2009), codirigido junto a Iñaki San Román.
Con guión confeccionado
a tres bandas, Martínez inclusive, y
un único escenario, el ya citado bloque, su realizador nos ofrece una feroz
visión de los desalojos cuando hablamos de vecinos milenarios que, ante la
negativa de abandonar el dulce hogar, empiezan a recibir las fortuitas
presiones. Ahora serán “los fumigadores”, un salvaje grupo integrado por
asesinos sin escrúpulos ante los ancianos barceloneses los encargados de
dirigir la batuta. Una joven y su novio que deciden pasar la noche en uno de
los pisos del destartalado edificio serán el siguiente objetivo cuando los
exterminadores deciden visitar la finca y liquidar al último vetusto; la
parejita (ella trabajadora de una inmobiliaria) tendrá las horas contadas…
De correcta duración, el home invasion que nos acontece se
desarrolla y construye de forma dinámica desde el momento que los cónyuges,
Alicia (Ingrid García-Jonsson) y
Simon (Bruno Sevilla), “parten
peras” en el inmueble y acceden los aniquiladores. Un Simon, por cierto, que
cuesta digerir debido a su extraña expresividad y al esfuerzo de aceptar su personaje, donde las incongruencias en las decisiones (también las de
Alicia) juegan en su contra; ella en cambio se adapta mejor, de modo más
natural, aunque patinando en resoluciones erróneas y pausas de exagerada
tranquilidad ante la amenaza que, en una situación "real", sería totalmente
ilógico.
Puntualizaciones que no
desmerecen su parte central, una fracción nerviosa, feroz, sangrienta, y con
unos mecanismos de construcción formales y eficaces, dotando a la
cinta de un tono compacto, claustrofóbico e intenso.
Es obligatorio realizar
una parada en su cierre, fase donde interrumpe la debilidad y donde lo
inadecuado se hace protagonista. Una incorrección, por cierto, demasiado extendida
en el cine de terror. Barreras que se pueden fracturar, no ser siempre políticamente
correctos, y aprender a aceptar que la injusticia, en muchas ocasiones, debe ganar la
batalla a la esperanza. Las normas se pueden romper, y no
siempre contentar al espectador, entre otros; toca arriesgar, continuar
por la senda del pánico hasta sus últimas consecuencias, y dejar al personal
con un mal cuerpo, ¡así también debe actuar el terror! Y es algo que Sweet
Home pedía a gritos...
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