Un bar. Diversos personajes encerrados en su interior ante una amenaza desconocida. Diálogos políticamente incorrectos. Acción esquizofrénica. Y todo en un contexto de vidas desencantadas y ambiente claustrofóbico.
Con
dichos parámetros, calculada planificación y las siempre eficaces herramientas
del realizador bilbaíno, entre ellas la excelente dirección de actores, el
humor macabro o el situar a sus habituales al borde del abismo, Álex confecciona su catorceavo largometraje.
Una
película construida en un entorno castizo donde diversos clientes la mar de variopintos,
vagabundo-mesiánico, hipster,
ludópata, e inocente fémina en busca de amor eterno, son conducidos, gracias al
notable plano secuencia inicial, hasta El bar.
En
tan típico lugar de nuestra sociedad, con su clásico mando a distancia envuelto
en plástico, sus tapas, desayunos, trifásicos y locas conclusiones de temas
actuales, ¡sin duda un micro-mundo!, construye un escenario asfixiante alrededor
de unos violentos sucesos que se materializan delante de los ojos de los
clientes, dando paso a situaciones donde la parroquia del local tendrá que
transitar entre la coherencia, la supervivencia, la irracionalidad y las
decisiones extremas que les proponen De
La Iglesia y Guerricaechevarría,
guionistas de la nueva encrucijada cinematográfica.
La
televisión como fuente de desinformación (no podía faltar a la fiesta) y ocupada por imágenes de films de
terror, entre ellos House on the haunted hill (Willian
Castle, 1959), ¡siempre socarrón!, y un panorama interpretativo coral, trepidante
y audaz: desde el excelente Jaime
Ordóñez al explosivo tándem De la
Rosa & Pávez tras la barra,
pasando por un ex-policía excitado ante el olor a pólvora (Joaquín Climent) y un desilusionado vendedor a domicilio (Alejandro Awada), ambos conectados al desequilibrio, la amante de las
tragaperras Carmen Machi, el ingenuo
Mario Casas y la fulminante Blanca Suárez.
Situados,
el director vasco vuelve a transitar por esos escenarios que tan bien sabe
manejar y donde continúa desenvolviéndose con soltura jugando al exceso. Atacando
de forma histérica en aquellos momentos claves, recuperando de su obra señas de
identidad, ahogando a sus personajes, profundizando en sus miserias… patrones
que, de distinta forma, continúan habitando en su universo, edificando
alrededor de su nueva cinta un film nervioso, kamikaze, donde las directrices
de todos ellos se pueden cuestionar y dispersar en todo momento hasta
transformar la taberna en un descenso a los infiernos.
Un
viaje corrosivo, radiactivo, repleto de esos virus que nos muestra en sus
títulos de crédito iniciales; que vuelve a poner de manifiesto la audacia de un
autor que, a su manera, prosigue aferrado a su estilo, sin abandonar las bases
por donde ha transitado y desarrollado su filmografía a lo largo de 25 años.
En
El
Bar, el thriller, el
terror, la comedia, el drama… ¡todo sale a flote durante sus 98 minutos! En un
Madrid que Álex desafía y disfraza a
su antojo, se mueve entre dos plantas (o tres), manipula a todos aquellos que
sitúa delante de su cámara, y logra crear de la inestabilidad, la desconfianza,
la paranoia y el miedo un bastión de resistencia en un territorio hostil, que nos
puede conducir a La cabina (Antonio Mercero,
1972), a la saga de Jaume Balagueró
& Paco Plaza, a El
ángel exterminador (Luis Buñuel,
1962), a su cortometraje Mirindas asesinas (1991), a Los
odiosos ochos (Quentin Tarantino,
2015)… una mezcla explosiva donde Ordóñez,
al más puro estilo Jeff Daniel Phillips
en The
Lords of Salem (Rob Zombie,
2012), también toca fondo y al Mal con un parecido terrorífico. ¡De La Iglesia en estado puro!