El
universo fan alrededor de una estrella (actriz, actor o director) es
heterogéneo, confuso y, a veces, hasta complicado; puede pasar del simple
autógrafo y foto de rigor, hasta el apretón de manos y la eterna conversación,
no siempre fructífera y agradable para el astro y el seguidor. Pero en la opera prima de Héctor Hernández el grado de intensidad fanática —física y
emocional— adquiere otras dimensiones, oscuras y extremas, pero al final vías de
acceso a la persona idolatrada. El retrato del cosmo-fan, ahora, va más allá…
La
exitosa actriz Anna Fritz (Alba Ribas)
ha fallecido. Ya en la morgue, y en pleno proceso de saneamiento, recibe la
visita de tres jóvenes. Una “cita” colmada de instintos depravados que
transformarán la sala de autopsias en un festín de sexo, enemistad, violencia y abundante
tensión.
Incómoda,
y de premisa desagradable, El cadáver de Anna Fritz se adentra
con placidez en la necrofilia, en el camino de la maldad del ser humano ante
ciertos retos (productos del miedo) que dejan entrever el lado oscuro de las
personas. Una radiografía de la frialdad, donde los instintos hacen acto de
presencia en una cinta contundente en lo gráfico y en sus resoluciones.
De
construcción básica, una noche, un espacio y cuatro actores, y todo empujado
desde la irresponsabilidad y el ansia de los protagonistas, el realizador
balear propone un escenario donde la pérdida de valores altera las conductas
hasta lo insospechado. Un ejercicio psíquico que logra atravesar la barrera
necro-sexual hasta radiografiar la mente atroz de unos adolescentes desorientados y
empujados al vacío.
Bien
ejecutada, modesta en su producción, y también de ciertos contratiempos en
algunas secuencias (en ocasiones los arcos masculinos no acaban de ser
firmes), el film logra sus objetivos a la hora de encolerizar al espectador en una
propuesta repleta de riesgo, poco usual en nuestro cine, necesaria, y donde el
sexo y la muerte, eternas materias de estudio, se anexan y destruyen.
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