Son varias las ocasiones, en estos últimos años, que tuve
oportunidad de estar al lado de Jesús Franco y Lina Romay, charlando, comiendo
e incluso compartiendo sala de cine. De todas ellas, en esta triste noche de
martes, día en el que definitivamente Jesús se ha marchado para continuar
agrandando su filmografía en el más allá, recuerdo especialmente la visita de
ambos a la ciudad de Barcelona para asistir a un ciclo organizado por la
Filmoteca de Catalunya y dedicado a la obra de Jesús Franco.
Era el martes 27 de febrero del año 2007, hace ahora algo
más de seis años. Ambos, en el interior de la Filmoteca, y observados por un
servidor, recuerdo que hablaban, se miraban, reían, quizás viendo todo aquello
que les rodeaba. Nada fuera de lo normal, pero supongo que Jesús y Lina
encontrarían cierta gracia a todo aquello; o quizás reían por algo totalmente
ajeno al acto, ya nunca lo sabré…
Yo, mientras tanto, los observaba detenidamente y pensaba
en todo el trabajo que habían realizado en conjunto, las miles de historias que
tenían que tener en sus mentes, todo lo que Jesús Franco había tenido que pasar
hasta llegar allí aquel día, en fin, daba vueltas al mundo que el realizador
madrileño, y acompañado de su musa y pareja, había levantado en estas últimas
cinco décadas, que se dice rápido.
Un bastión de celuloide y vídeo repleto de títulos
inclasificables, otros inacabados, obras maestras, desastres arqueológicos, en
definitiva, una obra venerada en todo el mundo. Y de golpe, aquella persona que
levantaba pasiones y odios al mismo tiempo, estaba allí sentada, a la espera de
una señal, y listo, como el resto de la sala, al inicio de Miss muerte (1965).
Era la primera vez que iba a poder ver aquella película, situada por un servidor en lo más alto dentro de la obra de Franco, en una sala de cine,
en 35mm, y su creador allí dentro, entre nosotros, quizás, observando las
reacciones del público. Nervios… palpitaciones… emoción... un recuerdo maravilloso.
Tras acabar y disfrutarla como si fuera la primera vez que
la veía Jesús se marcó una charla entrañable, simpática, extensa, y que más
de uno de los que estábamos allí habríamos pagado para que continuara hablando
toda la noche.
Al acabar, y sin tiempo de poder estrecharle la mano, fueron
conducidos, Jesús y Lina, al interior de una pequeña sala de la Filmoteca para
realizar una entrevista de radio. Esperando, recuerdo que salió Lina, quizás a
fumar, y le pregunté si acabarían pronto, a lo que ella me contestó que sí.
Unos minutos más tarde allí estaban, ya sin prisas, ni agobios, prácticamente
no quedaba nadie fuera de la Filmoteca. Era el momento de situarme delante del colosal,
aunque pequeñito, Jesús Franco.
Conversamos un rato los tres, aunque él ya estaba cansado,
y nos hicimos algunas fotos. “Baja que eres muy alto”, me soltó
mientras Lina nos hacía una de ellas. Lógicamente, le pregunté algunas cosas
acerca de Miss muerte, uno de mis títulos favoritos de su filmografía, y también acerca de Los depredadores de la noche (1988), otra de mis favoritas y, a su vez, su última gran
película hasta el día de hoy. Gracias a ella, y
muchos años atrás, había accedido al maravilloso, y entonces desconocido, mundo
de Jesús Franco. Aquel título había abierto las puertas de lo prohibido para un chaval que, en cuestión de días, tendría oportunidad de verla por primera
vez en una pantalla de cine. Ahora ya sin Jesús en la sala pero con aquel maravilloso
recuerdo en mi memoria. Una imagen imborrable e irrepetible. ¡Hasta siempre!
Te ha quedado muy solemne. ;)
ResponderEliminarExcelente página. Te dejo mi nuevo blog: http://todocinemaniacos.com.
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