Cuatro años han pasado desde que los hermanos Pastor, en
suelo norteamericano, realizaran la correcta Carriers (Infectados) (2009). Título que en cierta manera guarda conexiones
con Los últimos días… tales como la
sombra del Apocalipsis, la incertidumbre e interrogantes de sus protagonistas a
lo largo de la cinta y su constante aroma a road
movie, en esta ocasión subterránea, alejada ya de espacios infinitos y
carreteras como en su opera prima.
Ubicada ahora la acción en la ciudad de Barcelona, un
acierto de aplaudir a rabiar, el efectista tándem compuesto por Quim Gutiérrez
y José Coronado, éste último al más puro estilo Santos Trinidad, ¡bien!, se
sumergen en la red del metro y alcantarillado de la ciudad condal en busca de
sus respectivos objetivos y con una alianza llamada GPS. El impedimento de
contactar con la atmósfera y la celeridad de llegar a lugares bien distintos
por las mismas grutas transformarán a la pareja en un singular dúo dispuesto a
todo por sus estimados.
Asombrosa y terrorífica, vista Barcelona bajo el prisma de
los Pastor, los hermanos confeccionan un título vibrante y emotivo que se
desplaza por diversos géneros (terror, ciencia ficción, aventuras y acción); al
igual que el espectador, movido y tratado como una ficha de ajedrez, de atrás
hacia delante y viceversa, en un tablero derruido y envuelto en llamas que, a
buen seguro, nunca olvidará.
En Los últimos días,
donde el enigma está ubicado en el exterior, como ya apuntaba Shyamalan en la
extraordinaria El incidente (2008), los
espacios abiertos pasan a ser estériles y en cambio los interiores abundantes
de pobladores. Una situación que nos llevará por pasajes excitantes, como el de
la iglesia, ¡imponente!, o la llegada al supermercado de Quim, por un momento transportado
a Vinyan
(Fabrice du Welz, 2008) con esos niños tan oscuros y aborígenes.
Todo en conjunto alza un peldaño más una de las sorpresas
del cine de género estatal de estos últimos años. Y es que ver ciertos espacios
de Barcelona descompuestos y bajo la bandera de la catástrofe es un plus.
Su tramo final, respirando cine entre butacas y pantalla desbaratada,
¡ojo también a esa Vía Laietana renacentista!, asoma cierto descontrol que, a
esas alturas, ya podemos aceptar y disfrutar.
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