Al
igual que Willian Holden y sus
muchachos en la épica Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969), la nueva película de Jeremy Saulnier, una compilación de géneros y veloces riffs, también guarda en la esencia de sus personajes olor
a polvo —y a pólvora— y una consigna muy clara: morir matando.
Cuatro
jóvenes anti-sistema, miembros de la banda punk The Ain’t Rights, y amantes de
la carretera (ésta les conducirá al infierno nacionalsocialista ubicado en un remoto
paraje boscoso), son los protagonistas de la cinta; una formación musical
intrépida, formada por tres chicos y una chica, donde las voces desgarradas, una rápida batería, y sucias guitarras marcan su patrón.
Pero
la mala gestión de un promotor (como diría La Polla Records “un punk de
escaparate”) los conducirá hasta un garito regentado por un grupo de adoradores
de Hitler, básicamente skins nazis. Y aunque el método interno del grupo se
presenta veloz, llegar, tocar, cobrar, y marchar, ¡ojo a la apertura del bolo
con la versión del “Nazi Punks Fuck Off” de los míticos Dead Kennedys!, las
fatalidades de la vida les ha reservado una sorpresa…
Jeremy Saulnier,
con su tercer film, desmonta con la cara de niño bueno que le caracteriza
su anterior obra, Blue ruin (2013), un título contenido, siempre a las puertas de
explotar, y que encierra en su interior conexiones con Green room: la supervivencia o la constancia hacia un objetivo que, en ambos
casos, a medida que avanza todo se complica un poco más…
Ahora,
toda aquella suspensión anulada, el grueso evoluciona hacia una vía aniquiladora,
que sacude, enfrenta, e incluso une a personas de distinta ideología.
Una
lucha contra el fanatismo que colisiona ante un impecable, e implacable, Patrick Stewart, lugarteniente y
defensor de su fortaleza donde el rebaño, disciplinado y obediente, cumple su
cometido en un entorno de odio, violencia y vacío mental.
Alborotadas
las bestias de los dos bandos la hemoglobina no dejará de correr en una
contienda esperada, sangrienta, ultra-violenta, bajo la banda sonora de
Slayer, cartuchos y perros salvajes. Decisiones erróneas, acciones
desafortunadas, maniobras de guerrilla (militar y urbana) llevarán a nuestros
protagonistas a sumergirse en el caos que evocan sus letras e ideología, en una
marcha hacia la muerte, agónica, convulsa, claustrofóbica, y sin luz al final
de túnel.
Saulnier
vuelve a mostrar sus armas —cinematográficas— en un trepidante escenario físicamente
conectado con el universo de Peckinpah, el
Carpenter de Asalto a la comisaría del
distrito 13 (1976), espíritu de western, y recuperando el género de
pandillas y tribus urbanas tan en boga en décadas pasadas; y donde no quiere
profundizar, sino orquestar un desafío, obsequiar al espectador con una sobredosis
de odio, hacer latir los corazones a 45 revoluciones por minuto, enfrentar al
joven conjunto a una realidad que abraza en sus composiciones, poner a prueba unos
cachorros adoctrinados, y al final, sin clemencia alguna, hacer estallar la
pantalla. ¡Rápida y mortal!
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