El páramo (2011) es una
excelente combinación de terror y cine bélico, un tipo de propuesta poco
habitual en estos tiempos. ¿Cómo surge?
Colombia vive un enfrentamiento armado entre diferentes
ejércitos desde hace varias décadas. Esto, como siempre, lo termina sufriendo
la población civil, la gente del campo que es asesinada por unos u otros, o es
obligada a desplazarse y abandonar sus tierras y sus familias. La combinación de
guerra y horror es vivida todos los días en este país por muchas personas, así
que la combinación de los dos géneros en el cine es apenas natural. Digo horror
más que terror porque El páramo no
busca sólo asustar al espectador sino sumergirlo en el horror. El horror no se
acaba cuando se encienden las luces de la sala sino que se queda con uno,
carcomiéndolo por dentro, porque lo pone frente a un espejo y le muestra qué
tan oscuro puede llegar a ser.
Rodada en una base
militar real a 4.300 metros sobre el nivel del mar, su realización tuvo que ser
compleja.
Hay muy poco oxígeno a esa altura así que cualquier tarea
física termina siendo una proeza de no estar acostumbrado. La intensidad del
frío, la lluvia, la neblina y la falta de oxígeno desgastaban al equipo y a los actores, que caían como
moscas durante el rodaje. Los paramédicos que nos acompañaron durante la
filmación tenían que llevar todos los días por lo menos un enfermo a la ciudad
más cercana, más de 2.000 metros abajo.
Supongo entonces que
el rodaje tuvo que ser duro…
El mayor problema fue la inestabilidad del clima. No
quería apoyarme mucho en efectos digitales para hacer la niebla así que
estábamos a merced de la montaña y su clima. La niebla es un protagonista de la
película; el encierro que produce es más psicológico que físico porque enfrenta
a los personajes a su imaginación, a su paranoia. Podrían atravesar fácilmente
la niebla caminando, pero… ¿qué se esconde en ella? Y para que hubiera niebla,
había que esperar. Así que gran parte del rodaje estuvimos quietos, cultivando
la atmósfera opresiva y asfixiante del film para que justo en el momento en que
bajara la niebla los actores estuvieran listos para dar lo mejor de sí.
Para Alejandro
Moreno, el director de fotografía, trabajar en esas alturas tuvo que ser un
desafío.
Nano no sólo es muy talentoso sino también muy arriesgado.
Desde el principio me acompañó en la idea de que todo lo que hiciéramos debía
ser en función de los actores y que debía permitirles total libertad a la hora
de interpretar. Esto no significa que tuviéramos que iluminar grandes áreas
para que los actores pudieran desplazarse por donde quisieran, sino pensar la
luz y la oscuridad como dos fuerzas con igual carga dramática que debían
coexistir en el interior de cada plano. Muchas veces, sus luces principales
fueron solamente linternas, lámparas de gasolina o light panels. Esta decisión, que partió de lo conceptual, se
convirtió en un gran alivio a la hora de rodar en esa locación.
¿Cómo disteis con
ella?
Recorrimos muchas montañas de Colombia buscando un lugar
con niebla constante al que el equipo pudiera acceder fácilmente para construir
nuestra base. Un día, visitando una montaña nevada, pasamos frente a esa base
militar. Por supuesto no nos dejaron entrar a visitarla. Semanas después regresamos
con un permiso. El lugar era mucho más tétrico de lo que yo pensaba construir.
Era tan perfecto que las versiones de guión que escribí en adelante basaban los
desplazamientos de los personajes y las acciones en ese preciso lugar. Lo que
siguió fue una larga batalla de mis productores para conseguir el permiso y así
poder filmar.
El film nos relata
como un comando militar del ejército asciende a una base de alta montaña en
busca de unos compañeros. A partir de aquí, y en todo momento, la cinta se adentra
en el terror desde diferentes vías. Por un lado el apartado psicológico de los
soldados ante lo que allí encuentran y, por otro, un terror palpable y cercano
a la brujería. ¿Por qué estas dos vías de expresión en el film?
El miedo a lo desconocido, a lo que está afuera, es la
mayoría de las veces el reflejo del temor a lo que se tiene dentro. El páramo no es una película de terror
en busca de que el espectador salte un par de veces de la silla y después se
vaya a dormir tranquilamente. Es más bien una exploración asfixiante sobre el
horror, sobre la paranoia y la locura. Las dos vías de expresión de las que
hablas conducen finalmente a la misma pregunta: ¿A qué le tememos? El páramo es una película sobre el
miedo.
¿Tuviste en mente a
la hora de confeccionar el guión algún film relacionado con la brujería? ¿Y de
cine bélico?
En cuanto a la brujería, mi historia se nutrió de historias
campesinas, de mitos y leyendas populares que comparten varios países
latinoamericanos. En el campo, antes de que llegara la electricidad, la gente
se sentaba alrededor del fuego a contar historias antes de ir a la cama. Estas
historias le daban un orden al mundo, un orden moral, y estaban plagadas de monstruos,
apariciones y brujas. Trabajé a partir de estas historias en vez de películas.
Quería que la brujería tuviera un fuerte asiento en la superstición y en la
culpa, que el terror externo fuera producto del terror interno. En cuanto al
apartado bélico tuve varias películas en cuenta mientras escribía e imaginaba El páramo: Apocalypse now, En tierra
hostil… aunque a medida que conocía la locación, entrevistaba personas y
entendía a fondo lo que trataba de contar, la forma de filmar se imponía por
encima de todo lo que había visto. Lo que sí me acompañó a lo largo de todo el
proceso fueron algunas fotografías de guerra. Alejandro Moreno y yo llevábamos
siempre en los ordenadores fotografías estremecedoras que congelaban para
siempre el horror en los ojos de alguien. Estas, no nos ayudaban a definir la estética
sino a entender el aterrador mundo que estábamos explorando.
Colombia, un país de
poca tradición dentro del cine de terror, ¿cómo ha tratado la película?
Maravillosamente bien. Fue una bocanada de aire fresco
para una audiencia que pedía desde hacía mucho nuevas alternativas en su
cinematografía. Pero lo más interesante, es que esta bocanada se le dio
sumergiéndolo hasta la cabeza en la violencia de la que trataba de escapar. ¿No
quieres más películas que hablen de la guerra, de la violencia que vivimos?
Pues toma esta, una de terror que no te va a hablar de la violencia sino que te
untará las manos de sangre hasta que te sientas partícipe de ella. La gente no
sólo acudió masivamente a verla, sino que la agradeció. Después de la emoción
vino la reflexión, esa es mi mayor satisfacción.
¿Nos podrías hablar
de antecedentes, películas o directores, dentro del cine de terror colombiano?
Al margen de Carne de tu carne
(Carlos Mayolo, 1983) y Al final del
espectro (Juan Felipe Orozco, 2006) poca información hay al respecto…
Aparte de esas no conozco más. Debe haber, porque me
entrevistaron hace un tiempo para un documental sobre el cine fantástico
colombiano y no creo que dure cinco minutos, pero desafortunadamente no he
visto ninguna a excepción de las que mencionas.
¿Quizás El páramo se convierta en una vía de
acceso al cine de terror en Colombia?
Creo que cada vez se gestarán más películas de terror aquí.
Esta sociedad tiene muchos miedos y traumas que purgar y creo que El páramo mostró que una buena forma de
hacerlo es a través del terror. Nosotros no tenemos que inventarnos móviles
asesinos ni fantasmas que salen de televisores. Nuestros monstruos son reales y
son mucho más aterradores de lo que Japón o Hollywood pueda imaginar.
Por último, ¿en qué
fase se encuentra el remake de El páramo? ¿Estás involucrado de alguna
manera en dicho proyecto?
No estoy involucrado directamente aunque me he
reunido en Los Ángeles con los productores que tienen los derechos para hablar
de la historia y la adaptación. Sé que el guión ya está escrito y que planean rodarla
muy pronto.
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